El Mundo de Corina - Museo Gurvich 2013

Ingresar al Mundo de Corina es dejarse invadir por los sueños de una niña de principios de 1900. Un mundo lleno de muñecas de porcelana, puntillas, bordados, familia, horarios, música de piano. Corina fue una señora de familia alemana muy tradicional. Hace unos 10 años, Corina comenzó a derrumbarse porque el Alzheimer se acercaba a su vida a pasos agigantados. Invadieron su cabeza los recuerdos de su infancia, la rodearon las enaguas, los pañuelos bordados y sobre todo las muñecas de porcelana. Hubo que internarla y el Mundo de Corina llegó hasta mí.

Comencé a pensar como ella, veía el mundo a través de las muñecas y aunque yo no viví el mundo de su infancia, me metí en su cabeza, me incrusté en su piel, comencé a ver muñecas por todas partes y comencé a integrarlas al mundo de hoy. Los objetos cotidianos se disfrazaban de muñecas; al mirarme en el espejo veía las manos de Corina que me pedían ayuda, miles de manitos me señalaban como la continuadora de su pasión. Poco a poco fueron naciendo cabecitas. Al comienzo sólo se insinuaban pero luego dejaban ver su cabellera y el moño que sostenía los rulos típicos de la época. El Cristo al que le rezaba se convirtió en un Cristo bebé y negro. Las muñequitas, como duendes, me hablaban al oído para guiarme en la creación. Hasta los juegos de la casa de Corina estaban hechos de muñecas; ella era la reina del ajedrez pero había un rey en Alemania al que movía desde acá y una sola hija que cubría el puesto de los dieciséis peones. Transito por su mundo, invado su realidad, le robo su pasión.

Los juegos de la infancia matrizaban a las mujeres de su generación, la fragilidad de la porcelana imponía sus reglas, la moda determinaba la estética de las muñecas, rulos, colorete, puntillas y uñas pintadas. Jugar con las muñecas otorga a las niñas un ensayo de la realidad, un banco de pruebas para la vida real. La niña se identifica con la sociedad a la que deberá integrarse. Aprende a ser solidaria y responsable. En el momento que una niña se entrega al juego el objeto se “anima” adquiriendo roles cambiantes, se despierta el alma de las cosas, se pone a la realidad entre paréntesis, se hace de una realidad otra. Las mujeres quedamos atrapadas dentro de un mundo enrejado; nos inculcaron las buenas costumbres, nos responsabilizaron del prójimo como de aquellas muñecas que nos dieron para jugar pero a las que debíamos cuidar porque al más mínimo golpe se quebraban y la culpa -siempre la culpa- era nuestra.